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El fenómeno de la resistencia antifranquista suele identificarse únicamente con grupos armados como la guerrilla o con organizaciones políticas como el Partido Comunista, olvidándose así muchas otras actividades de resistencia que rodearon la acción armada y que la hicieron posible. Algunos historiadores hablan de “resistencia civil” para catalogar estas acciones que fueron de muy diferentes tipos y que no tenían como objetivo principal derribar el régimen, socavándolo sin embargo desde el anonimato. El colectivo que llevó a cabo la mayor parte importante de esta resistencia civil contra la dictadura fue el de las mujeres, no las que destacaron políticamente durante el periodo republicano, estas se encontraban en las cárceles o en el exilio, sino otras mujeres que no tenían un pasado de militancia activa.

Las razones por las que estas mujeres se convirtieron en “enlaces” o en colaboradoras de la guerrilla están relacionadas con lo político, pero también con lo personal, la familia tenía un papel tan importante o más que la política. Muchas mujeres ni si quiera fueron conscientes de su participación en la resistencia y simplemente llevaron a cabo acciones cotidianas en su rol tradicional de madres y esposas, pero la dictadura criminalizó esas actitudes y castigó a estas mujeres por llevarlas a cabo. El mismo régimen que proyectaba la idea de la mujer como el ángel del hogar, cuidadora de la familia, condenó a muchas mujeres precisamente por estas razones.

Estas formas de resistencia específicamente protagonizadas por mujeres se dieron lugar en aquellas zonas donde la guerrilla actuó de forma más intensa. En la provincia de Albacete se encontraba la Quinta Agrupación Guerrillera de La Mancha y algunos de sus focos se ubican en la Sierra de Alcaraz, el campo de Montiel, Villarrobledo, la Rivera del Júcar y Hellín. Algunos nombres de guerrilleros hoy en día aún son recordados en las poblaciones donde su actividad fue más fuerte, como “Atila”, “El Chichango” o “Timochenko”. Sin embargo, rara vez se recuerda a las personas que, con sus acciones calladas e invisibles hicieron posible la resistencia armada. A pesar de que es casi imposible cuantificar a las mujeres que colaboraron con la guerrilla, algunas de ellas han llegado a nuestros días porque fueron juzgadas por el régimen que las acusó de auxiliar a bandoleros. Muchas de ellas eran familia directa de estos guerrilleros y ese fue el principal motivo de su encarcelamiento. El parentesco fue un elemento condenatorio por parte de las autoridades, ser esposa, madre o hermana del resistente suponía estar en el punto de mira de la represión. Además, en algunos casos ante la imposibilidad de detener al hombre, fue la mujer quien padeció el castigo por delegación.

Entre las mujeres que formaron parte de la llamada resistencia civil se encuentran las familiares de “El Chichango”, Sebastián Moya Moya; su madre, Antonia Moya Torres; su hermana, Caridad Moya Moya; su novia, Caridad Caballero Moya y otra pariente, Isidra Fernández Torres. Todas ellas fueron juzgadas y encarceladas por auxiliar a su familiar pese a que únicamente trataron de ayudarle, como afirma Caridad Moya en su juicio, no denunciaron el paradero de los guerrilleros por no perjudicar a su hermano, a quien “por ley natural debía amparo”. Además de la manutención de su pariente, su madre y su novia también entregaron una serie de cartas en nombre del guerrillero a diferentes vecinos de Villarrobledo.

Aurelia Ortiz Calero, hija de “El Zurdo Chicharrón”, José Joaquín Ortiz Martínez, fue acusada de esconder a su padre en su casa, la misma lo reconoce en el juicio afirmando que era su “perfecta obligación como hija”. Pero eso no evitó que la Guardia Civil se presentara en su casa violentamente, insultándola e incluso abofeteándola. Como ella denuncia en su sentencia, le pusieron la pistola en el pecho y le hicieron creer que habían matado a su marido para que confesara el paradero de su padre, algo que no ocurrió.

Inés Muñoz Alarcón, apodada “La Pastora”, acogió en su casa de la calle de Las Tabernas en El Salobre a guerrilleros como “Atila”, “Líster” o “El Valenciano”. Su hija Constanza recuerda que su madre dejaba las ventanas abiertas, a modo de señal, cuando no había peligro y que tenían un depósito de armas oculto en un pesebre. Después de los sucesos de Los Marines (véase ficha La partida de Atila en la Sierra de Alcaraz y el campo de Montiel) fue acusada de encubrir bandoleros y encarcelada por ello. En la misma sentencia fue juzgada Josefa Martínez Moreno, “La Pepa”, que también cobijaba a guerrilleros en su casa de El Salobre. Después de los hechos en Los Marines escapó a Valencia para evitar su encarcelamiento, pero finalmente la detuvieron y torturaron para conocer el paradero de los maquis. Cuentan que el director de la prisión de Albacete se negaba a admitirla por el lamentable estado en el que llegó, decía que allí no aceptaban cadáveres.

Las mujeres de la familia de otro guerrillero, “El Pocarropa”, Evaristo Rubio Collado, sufrieron la represión por delegación. Sus dos hermanas, Jacinta y Manuela Rubio Collado, su prima, María Antonia Montero y su novia, Opinina Collado Ortiz. Esta última, además de encubrir a su novio como las anteriores, le facilitaba noticias del exterior que escuchaba por la radio. Martina Lezcano Lezcano, novia del bandolero “El Maroto”, Manuel Pastor Navas, también reconoció en su juicio haber proporcionado noticias a los guerrilleros, entre los que se encontraba su pareja, por lo que fue acusada de auxilio a la rebelión.

Algunas mujeres, como estas últimas, fueron un paso más allá, implicándose no únicamente en la manutención de sus familiares, sino suministrando noticias o informando de los movimientos de la Guardia Civil e incluso implicándose en la distribución de propaganda. Este fue el caso de Ángeles Alcañiz Vargas quien actuando de enlace transportó una espuerta con una pistola y con documentos y libros de contenido político y una carta del Partido Comunista de Villarrobledo.

En estas mujeres, la política irrumpe bruscamente en forma de un grupo de guerrilleros armados que solicitan comida, ropa o alojamiento, o de guardias civiles que iban a registrar, denunciar o detener en su casa. Y ellas utilizaron las armas de las que disponían para llevar a cabo una acción que, en el fondo, se trataba de denuncia o protesta contra un régimen que las despreciaba por ser mujeres y vencidas. Esta mezcla entre el espacio doméstico y político en el que se encontraban estas mujeres acabará haciéndolas más vulnerables a la represión, puesto que no actuaban en un espacio de clandestinidad capaz de proporcionarles cierta protección tal y como lo disfrutaban los guerrilleros. Un ejemplo de la violencia que el régimen ejerció contra ellas se demuestra por el hecho de que el periodo álgido de la guerrilla, entre 1945 y 1947, coincidió con un incremento del número de población reclusa femenina procedente de zonas rurales.

Los propios guerrilleros fueron conscientes de la importancia de estas fuerzas, las que denominaron como “guerrillas del llano”, un espacio que englobaba a los civiles que colaboraban con la guerrilla, las casas “seguras”, y los “puntos de apoyo”. En muchas ocasiones la resistencia no hubiera sido posible sin esta multitud de acciones silenciadas e invisibles realizadas en su mayoría por mujeres.

 

Bibliografía

Archivo General e Histórico de Defensa (AGHD).

CABRERO BLANCO, C., “Espacios femeninos de lucha: “rebeldías cotidianas” y otras formas de resistencia de las mujeres durante el primer franquismo (Asturias, 1937-1952)”, Historia del presente, Nº 4, 2004, págs. 31-46.

DI FEBO, G., “Resistencias femeninas al franquismo. Para un estado de la cuestión”, Cuadernos de historia contemporánea, Nº 28, 2006, págs. 153-168.

ROMEU, F., Mas allá de la utopía: Agrupación guerrillera de Levante, UCLM, 2002.

PRETEL MARÍN, A., y FERNÁNDEZ DE SEVILLA MARTÍNEZ, M., Maquis y resistencia en la Sierra de Alcaraz y el campo de Montiel, (1946-1947), Albacete: Asociación Cultural Alcaraz Siglo XXI, 2014.

YUSTA RODRIGO, M., “Rebeldía individual, compromiso familiar, acción colectiva”, Historia del presente, Núm. 4, 2004, pp. 63-92.

YUSTA RODRIGO, M., “Las mujeres en la resistencia antifranquista. Estado de la cuestión”, Arenal: Revista de historia de mujeres, Vol. 12, Nº 1, 2005 (Ejemplar dedicado a: Mujeres en el franquismo), págs. 5-34.

 

Palabras clave

guerrilla, maquis, mujeres, Albacete, Sierra de Alcaraz, Campo de Montiel, Atila, El Chichango, Sebastián Moya Moya, Antonia Moya Torres, Caridad Moya Moya, Caridad Caballero Moya, Isidra Fernández Torres, Aurelia Ortiz Calero, El Zurdo Chicharrón, José Joaquín Ortiz Martínez, Inés Muñoz Alarcón, La Pastora, Josefa Martínez Moreno, La Pepa, El Pocarropa, Evaristo Rubio Collado, Jacinta Rubio Collado, Manuela Rubio Collado, María Antonia Montero, Opinina Collado Ortiz, Martina Lezcano Lezcano, El Maroto, Manuel Pastor Navas, Ángeles Alcañiz Vargas

 

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